I.
Pasan las páginas de un catálogo.
- Qué luz tan horrorosa hay en este sitio.
- Cada maquillaje tiene su cosa.
- Ya, a mí me gusta más éste. Mantiene el rubor durante tres o cuatro días.
- Sí, porque éste dura más, pero te pones muy cerúlea más rápidamente, la verdad.
- Hombre, el que mejor textura y fondo tiene es éste de aquí, mate, éste queda verdaderamente precioso. Mira ésta qué mona.
- Sí, es cierto. Bueno, el ataúd hace mucho, que conste. Yo no sé cuál es mejor teniendo en cuenta los pros y los contras. Dios, ésta parece viva, mira. ¿Qué vale más, estar muy guapa tres o cuatro días o menos guapa durante más tiempo?
- No sé, pero tienes que tener en cuenta que sólo se usa una vez.
- Ya. Pero por otra parte, después de enterrada tampoco te va a ver nadie.
- Bueno, te ves tú.
- Ni siquiera. Ni te puedes retocar.
- No, creo que no. No sé, siempre hay que estar presentable, no se sabe.
- Ya. A lo mejor pasa algo. Mira ésta qué horrible está, por favor, de qué se habrá muerto, no sé cómo la ponen en un catálogo. No habrá modelos mejores.
- No sé, éste queda divino, de verdad, una piel tersa como de muñeca.
- Demasiado de muñeca para mi gusto. Creo que dadas las circunstancias es mejor algo de apariencia más natural, más imperfecta. Lo perfecto quizá parezca demasiado muerto.
- Ya.
- Es difícil. Imagínate que pasa algún imprevisto. Se llevan los moños japoneses, ¿eh?
- Sí, mucho. Sin duda, hay que estar preparada.
- Y aunque no pase. Hay que estar presentable, aunque sea bajo tierra.
- Sí.
- ¿Y si te queman?
- Ay no. Antes muerta.
Las dos que hablan están en sendas camillas, en el tanatorio del hospital. No mueven los labios y no se mueven ellas. Están hinchadas y amarillentas y tienen los ojos abiertos, un poco desorbitados.
II.
Ella siente cómo su corazón se acelera. Tiene que abrir la boca para respirar, porque está muy agitada. Lo comprende todo. El ponente habla y en sus palabras están las palabras de ella. Siente una emoción intensa en el estómago, junto con una pequeña e inadmisible pena de perder lo que consideraba propio. Pero es mayor la alegría de no saberse sola. Ni siquiera es un hombre el que usa sus palabras, sino un sistema de pensamiento completo. Ella se siente hermanada con el hombre que habla, con el ponente. Sus intuiciones desmenuzadas, clasificadas, aclaradas, simplificadas
puestas en limpio, prestas para subirse sobre ellas con el índice apuntando al frente. Le parece un poco falto de respeto el tono casi de aburrimiento con el que habla el ponente, teniendo en cuenta la profundidad y la importancia de lo que dice. Ella lo mira con intensidad, diciéndole con la mirada que lo comprende. Que lo COMPRENDE. Que lo comprende perfectamente. Siente que tiene todo el derecho de sentirse posesiva con el hombre, porque probablemente sea la única persona que está tan cerca de él en toda la sala.
Cuando termina el acto hay una pequeña reunión informal a la salida. Ella espera la oportunidad de poder hablar con el hombre a solas. Quiere decirle que ha ocurrido una maravillosa coincidencia, que ella sabe de qué habla él, que está en el secreto. Que escribe a veces poemas y que si él los leyera comprendería porqué, porqué ella tiene acceso privilegiado. Que ella lo solía llamar Vibración, pero es exactamente Eso. Por fin él está solo un momento. Ella se dirige a él, nerviosa, y le dice que quería decirle que la conferencia ha sido muy importante para ella porque ha hablado de cosas que comprende muy bien.
En el momento en que lo está diciendo siente, por una parte, la ridiculez de sus palabras, lo pretencioso de tal afirmación, vaga y grandilocuente, y por otra parte, la mirada de él, entre despectiva y divertida, pero brillante quizá por primera vez en la noche, la mirada de un hombre sobre una mujer que intenta expresar algo elevado pero cuyo pecho se agita y cuyas mejillas están sonrojadas y cuyos ojos están húmedos y llenos de admiración. Ella lo intenta, pero mientras habla se da cuenta de que pierde fuelle por momentos, el hombre no la escucha, no la está tomando en serio. Endurece la voz, le pone bordes y se retrae y habla un poco más, cada vez más estúpidamente. Pero de poco sirve, porque el hombre se muestra cada vez más condescendiente e interesado, así que al final sonríe y entrecierra los ojos y se pone en su puesto y ríe las gracias del ponente. Mejor algo que nada. Su humildad le impide decirse a sí misma que el hombre es un imbécil o un cínico. Parece ser que irán a tomar algo cuando todo eso acabe.
III.
Un vibrador. Dejando a parte lo ridículo de un vibrador, en la acepción normal de la palabra, pensemos en un vibrador, en El Vibrador. Pero no dejemos del todo aparte los vibradores en la acepción normal de la palabra. Porque también vibran, de ahí su nombre. Lo importante es la palabra.
Pero un vibrador. Un vibrador en la acepción normal es ridículo, o más bien patético por lo que de rendición tiene. De atenerse a la miserable tecnología. Por lo poco vibrante. Pero me desvío del tema.
Imaginemos un vibrador invisible, que no repercuta. Un vibrador tan fino que no se pueda ver ni con el más sofisticado equipo. Una onda originaria, que no sea la reverberación de ninguna otra onda.
Un vibrador infinitesimal en medio del universo.
Y cómo hace que todo lo refleje, cada vez más exuberante.
Cómo tiemblan las lianas.
Luego tiemblan los ríos aceitosos. Y las casas. Y los relojes, los niños con caras sucias, los telescopios y las pantallas de plasma.
Imaginemos una muerta maquillada que no vibra, demasiado tersa. Ha elegido el maquillaje duradero un poco amarillento. ¿Existe? Un vibrador repercutidor Cosmos 2010, directamente de la frecuencia originaria. ¡Cómo se deshacen los bosques y las montañas! ¡Cómo explotan como palomitas de maíz los fuegos de artificio, a ras de tierra! ¡Cómo caen meteoritos en los lagos! Cómo se rasga el fondo, se llena el cielo de agua, se deslizan las praderas y los túneles salen de la tierra. ¿Existe? Si ponemos el vibrador Cosmos 2010 sobre su pecho ¿temblarán sus labios? ¿Y si la muerta está enterrada desde hace meses? ¿Qué ocurrirá si ponemos el vibrador Cosmos 2010 sobre su pecho? Nunca se sabe lo que puede ocurrir. ¡Ah, si al menos fuera cierto que repercute directamente la frecuencia originaria! Maldita publicidad engañosa.