piel
I.
Pegarse un bebé al cuerpo, como un monito, ora triste, ora sonriente. Tira todos los bártulos a la basura: la bañerita, el cambiador, el andador, el carricoche, la sillita, la trona, la ropita, los zapatitos, las toallitas, los pañales, la leche, los cereales, las cremas, los champús y geles, el hierro, la vitamina c, el sonajero. En Natura venden una especie de mochilas, como los mantones de las indias o de las africanas, para llevar a los bebés como una segunda piel, pegados a la cadera, como monitos, incrustados en la piel, monitos dulces. Puedes llevar uno amarrado a la cadera y el otro de la mano, con el culo al aire. Tienen que estar sucios, con las caras llenas de mocos secos y tierra, las manos negras. Caminarás hacia el campo tirando del que camina mal y allí te pondrás a buscar tallos tiernos de hierba. Tienes que poner el monito en la espalda y conseguir agacharte, doblarte por la cintura, las piernas abiertas y flexionadas, y que el monito no se caiga, que siga pegado a tu piel. Diréis adiós con la mano, desde el campo elevado, serios como fantasmas, a los coches que pasen por la carretera. Dormiréis en un campo de maíz. Ahora hace calor, tú te enroscarás y los meterás a ellos en medio de ti y os taparéis con el mantón. Tendrás los pies llenos de heridas por andar descalza, pero te acostumbrarás. Y déjalos, déjalos que coman tierra.
II.
Ella llega a casa y le pide a su marido, por favor, que no haga preguntas, que no quiera entender, que recorra su cuerpo con un dedo. Se tumba desnuda en la cama y le pide que, sin tocarla de ninguna otra manera, recorra su cuerpo inmóvil con un dedo, comenzando por las cinco uñas de los dos pies, dibujando ríos que confluirán, lentamente, y que cuando llegue a la cara permanezca allí. Que recorra su cuerpo con un dedo. Según el dedo la va recorriendo un líquido transparente empieza a fluir de sus ojos. Basta un dedo, basta un dedo. Cuando el dedo recorre sus cejas, sus párpados, las aletas de la nariz, es una fuente incontenible de agua, inunda la habitación, su marido se asusta, ella no puede abrir los ojos y el líquido sigue fluyendo, ahora amarillento, como pus. El marido deja de acariciarla con el dedo y horrorizado ve cómo ahora sale sangre de los ojos de la mujer, sangre con cuajarones de pus. De su boca sale también sangre. Él empieza a llorar y a llamarla al oído. Poco a poco lo que sale de sus ojos se va haciendo más transparente, hasta que vuelve a ser esa especie de agua que salía al principio. Él lame los ojos de ella y dibuja su cara por última vez con la punta del dedo.
III.
- Quiero ser un mono yo también y estar siempre agarrado a tu cadera. Ése sería mi deseo si pudiera conseguirlo.
- ¿Cómo se llama el ruido de los ciervos en celo? No lo recuerdo, pero quiero que lo hagas para mí. Ahora.
Pegarse un bebé al cuerpo, como un monito, ora triste, ora sonriente. Tira todos los bártulos a la basura: la bañerita, el cambiador, el andador, el carricoche, la sillita, la trona, la ropita, los zapatitos, las toallitas, los pañales, la leche, los cereales, las cremas, los champús y geles, el hierro, la vitamina c, el sonajero. En Natura venden una especie de mochilas, como los mantones de las indias o de las africanas, para llevar a los bebés como una segunda piel, pegados a la cadera, como monitos, incrustados en la piel, monitos dulces. Puedes llevar uno amarrado a la cadera y el otro de la mano, con el culo al aire. Tienen que estar sucios, con las caras llenas de mocos secos y tierra, las manos negras. Caminarás hacia el campo tirando del que camina mal y allí te pondrás a buscar tallos tiernos de hierba. Tienes que poner el monito en la espalda y conseguir agacharte, doblarte por la cintura, las piernas abiertas y flexionadas, y que el monito no se caiga, que siga pegado a tu piel. Diréis adiós con la mano, desde el campo elevado, serios como fantasmas, a los coches que pasen por la carretera. Dormiréis en un campo de maíz. Ahora hace calor, tú te enroscarás y los meterás a ellos en medio de ti y os taparéis con el mantón. Tendrás los pies llenos de heridas por andar descalza, pero te acostumbrarás. Y déjalos, déjalos que coman tierra.
II.
Ella llega a casa y le pide a su marido, por favor, que no haga preguntas, que no quiera entender, que recorra su cuerpo con un dedo. Se tumba desnuda en la cama y le pide que, sin tocarla de ninguna otra manera, recorra su cuerpo inmóvil con un dedo, comenzando por las cinco uñas de los dos pies, dibujando ríos que confluirán, lentamente, y que cuando llegue a la cara permanezca allí. Que recorra su cuerpo con un dedo. Según el dedo la va recorriendo un líquido transparente empieza a fluir de sus ojos. Basta un dedo, basta un dedo. Cuando el dedo recorre sus cejas, sus párpados, las aletas de la nariz, es una fuente incontenible de agua, inunda la habitación, su marido se asusta, ella no puede abrir los ojos y el líquido sigue fluyendo, ahora amarillento, como pus. El marido deja de acariciarla con el dedo y horrorizado ve cómo ahora sale sangre de los ojos de la mujer, sangre con cuajarones de pus. De su boca sale también sangre. Él empieza a llorar y a llamarla al oído. Poco a poco lo que sale de sus ojos se va haciendo más transparente, hasta que vuelve a ser esa especie de agua que salía al principio. Él lame los ojos de ella y dibuja su cara por última vez con la punta del dedo.
III.
- Quiero ser un mono yo también y estar siempre agarrado a tu cadera. Ése sería mi deseo si pudiera conseguirlo.
- ¿Cómo se llama el ruido de los ciervos en celo? No lo recuerdo, pero quiero que lo hagas para mí. Ahora.
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miguel hernández -