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en las blancas praderas

la tierra

I.

Están tomando el sol. Todo huele a crema bronceadora. Un refresco de naranja caliente, con moscas, perfuma toda la zona, y el cloro, y la hierba, y la tierra, y el plástico. Hay que llorar con esa combinación.

- Bueno, chica, pues así son las cosas, si tú sueñas que te follas a tu madre es porque te la quieres follar.
- Soñé que follaba contigo.
- Vaya. Sabes que los sueños son la realización de nuestros deseos. Es que quieres follar conmigo.
- ¿Estás loca?
- No, es así aunque tú no lo reconozcas. Eres una reprimida. Seguro que te gustó el sueño.
- Imbécil. Soy la persona menos reprimida que conozco. Soy tan poco reprimida que mis sueños no sólo no necesitan disfraz sino que ellos mismos son con seguridad metáforas de algo mucho más inocente. Si sueño que follo a mi madre no es que quiera follar a mi madre, es que probablemente quiero ser una niña o algo así.
- Anda ya. No te lo crees ni tú. Eres una pervertida.
- Y tú eres grosera y anormal.

II.

Está tomando el sol sobre una ladera húmeda. Está vestida porque es el principio del verano y no tiene ni siquiera una toalla. Quiere poner un poco morenas las piernas, al menos. Lee tumbada boca arriba, tapando el sol con el libro, pero la claridad la ciega. Se da la vuelta, se pone boca abajo, el libro sobre la hierba. Llovió durante la noche y la tierra blanda exhala vapor.
De vez en cuando se da un manotazo en una pierna para espantar algún insecto, pero suelen ser sólo hierbajos que se le han quedado pegados y la brisa agita. Acerca cada vez más los ojos a la hierba, echa el libro al lado, pone la cabeza sobre las manos y mira por debajo del brazo a la gente que hay tomando el sol, en bikini, con cremas, oye sus voces lejanas. Pega la cara al suelo e inhala. Suda y empieza a babear. Escarba con la nariz y la boca en la hierba tupida, prueba los tallos tiernos, llega a la tierra esponjosa y negra, y muerde, se llena la lengua de tierra, la mezcla con su saliva, empuja, empuja, como un cerdo buscando trufas, mete una mano, la otra, y empieza a nadar. Crawl: un brazo, otro, como un topo, ondeando el cuerpo, como un gusano, girando, como Esther Williams en el negro humus. Llega al búnker y hace un alto en el camino. Es una pequeña ermita en medio de la tierra, verdaderamente en medio (ríe), un buen refugio, piensa que lo recordará para otras veces, para cuando haga falta. Está fresco y la luz aún funciona, luz anaranjada de los años 40. Se ha dejado el libro arriba.
En la superficie todos los viejos se han puesto a golpear furiosos los macizos de flores con su bastón.

1 comentario

Tristán Fagot -

Rediós. Qué bueno. Acojonado me dejas