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en las blancas praderas

En su mano

Djo que ella hacía que comieran en su mano los hombres. Que los tenía controlados. Tenía 48 años e iba demasiado maquillada. No tenía culo. Y, sobre todo, bebía de golpe lo que le quedaba en la copa cuando veía que alguien iba a llamar al camarero. Mientras lo decía se apoyaba en su compañero de mesa, acercaba su cara a la de él. Y su marido o novio o hijo o lo que fuera la miraba desde un asiento alejado disimulando su preocupación. También él se acercaba demasiado a su compañera de mesa.
A los dos días ella estaba en una cafetería con el hombre sobre el cual casi se había abalanzado en la comida y le decía que no era el frío:
- Pero todo el mundo está bajo de ánimo. Pensar que es el frío puede relajarte. Pensar que viene de afuera. Que no puedes hacer nada más que ser paciente y esperar a que salga el sol.
- Pero no viene de afuera - decía ella con mohín de niña. - No, lo mío no viene de afuera. Viene de mi corazón.
No parecía tener deseos de llegar más lejos en su confesión.
Él tampoco.
Ella encéndió un cigarro. Con la uña pintada de rojo, como un cuerno, se quitó una gota de la comisura de los labios y se arregló el pelo. Parecía una actriz expresionista que imitara a una niña.
- Ay, el corazón - dijo él. Tenía una melena bastante rala, pero era de esos tipos de rostro infantil. Los ojos azules se le enterraban cada vez más en la cara carnosa.
- Sí. El corazón.
- ¿Hablamos de lo nuestro, entonces? ¿De cuánto dinero estaríamos hablando? ¿Cuentas con la aprobación del comité?
- El comité come en mi mano - dijo ella.
Él sonrió con satisfacción y cogió una aceituna.
- ¿De verdad?
- De verdad. En ésta - dijo ella, mientras agitaba las pulseras, con el cigarro en la mano.
- ¿Y no hay más que hablar, entonces?
- Nada - y esperó un momento. - Perdona. Tengo un día muy raro. Cosas mías. Problemas.
- Bueno, pues yo me voy a tener que ir.
- Claro.
- Tómate unas vacaciones.
- ¿Para qué? ¿Para quedarme en casa con él? ¿Luis? Prefiero trabajar.
- Tú sola.
- Ja. Si tuviera compañía agradable...
Él ya estaba poniéndose el abrigo y se perdió la mirada de ella, tímidamente refulgente. Ella llamó primero a su despacho para que le pidieran cita en la peluquería y después a un taxi. Se despidieron con un beso. Él le puso a ella la mano en el cuello y le dio una palmadita. Ella se quedó esperando al taxi mientras él caminaba calle abajo con un maletín. Había un viento helado, pero el cielo parecía temblar de nítido, afilado y azul.

2 comentarios

Jaume -

No está mal, la mujer muy bien retratada, pero no he acabado de entender la historia.

setesoles -

... no comment, si no fuese por tí no leería nada, este mes no me compro libro.