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en las blancas praderas

el caminar

Me gustaría saber quién caminó así por vez primera. Quién de entre los hombres definió, fijó, el caminar así, con las piernas tan grandes y las manos en los bolsillos. Por el mediodía pasa un hombre delgado de piel blanca, y camina así. Me pregunto si fue Gene Kelly o quién, qué hombre lo consiguió, fijar así, de esa manera, un caminar sobre parterres de pensamientos. Las nubes están tan bajas… me lo pregunto. Quién, qué hombre, lo definió de tal manera efectiva, con esa certeza, el caminar de éste que se acerca. Hay una luz mate en Las cuatro calles; necesitas de una vez por todas cerrar persianas y puertas, comprender que no se puede, no es correcto, zambullirte así ni serio, ni conveniente. Andas abrazándote a la gente, sin ropajes, y pareces una mujer ansiosa. Cierra y calla, y aprende. No vayas a enseñar tus cromos a todo el que se cruza contigo. Quién inventó esa manera de caminar. El pelo mal cortado y las piernas como un robot asesino. Una piedra en la mano y en su interior un ojo. El hombre que así camina no piensa, sólo avanza, avanza sobre torrentes y transatlánticos varados, sobre invasiones de marabunta. Camina ante los mástiles de las embarcaciones de nuevo rico del puerto, que entrechocan en el gris medio día con sonido de poblado africano. Quién fue, que no lo recuerdo, quién fue el primero que conquistó ese ritmo. Aunque te sientas empujada no debes abrazarte a los viandantes porque no les gustan las sacudidas, ¿no te das cuenta de cómo te miran, a través tuyo? Además, no sacudas. ¿No te he dicho miles de veces que tienes que tratarte como si fueras un jarrón chino? Mira ese hombre ligero y absurdo, que ya se retuerce y pega manotazos al aire. Tiene temblores. Cree que alguien habla en su oreja pero no entiende lo que alguien le dice porque alguien escupe al susurrar. Quién fue. Cuidado, que nadie te vea. ¿Fue un cómico desconocido del que lo único que perdura es este caminar terrible? No sé, no sé. No puedes mirar de esa manera, el amor no es como las fiestas de los pueblos, no se deshace en el ocaso, no tiras de un hilo y lo sigues entre carcajadas. Es llovizna. Míralo, míralo, que ha tropezado y se ha caído rodando. Míralo como abre la boca y levanta un puño hacia los niños que le arrojan piedras.

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