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en las blancas praderas

un gesto inútil

El aire era como el cristal de una copa llena de gaviotas. Caminaron por el malecón y se sentaron al final, sobre el cemento caliente, mirando al mar. La joven pelirroja tenía el pelo sucio, sujeto en una cola. Las raíces se veían negras. La mujer mayor sujetaba el bolso con las dos manos. Era rubia y canosa, delgada, llena de arrugas y con los labios muy rojos. Ambas callaban. La ciudad vieja, al fondo, se estremecía según el sol iba penetrando en la piedra.
La mujer joven, la pelirroja, estaba muy quieta, los ojos muy abiertos al frente, la mandíbula tensa. La mujer mayor estaba agitada. Parecía buscar algo, miraba de un lado a otro, iniciaba movimientos que se se volvían gesto inútil, un esbozo: alargaba un brazo, abría la boca, cambiaba de posición. Miraba atrás, como si temiera que alguien fuera a empujarla. Dijo:
- Me encantan estos cubos de cemento del rompeolas. No comprendo a qué gigante llaman para que los deje caer así, sin cuidado. Me encantan cuando se van llenando de algas, cuando el agua va erosionándolos. Me encanta cómo el agua erosiona la piedra, me encanta.
- A ti te encanta todo. Eres ridícula - dijo la otra.

Estuvieron calladas durante un rato. La mujer mayor, de repente, dijo:
- Nada.
La otra no habló.
- Nada. ¡Nada! ¡Nada! ¡No puedo hacer nada! - gritaba.
- Pues no hagas nada - dijo la joven.
- Tengo que hacer algo o me muero - decía la otra llena de vehemencia.
- No tienes que hacer nada, no puedes hacer nada, y yo no deseo que hagas nada. Es mi propia tumba.
- ¡No! ¡No! Mientes.
La joven se rió. Pero se reía como si azotara, como si aplastara con los pies una masa de insectos que intentaran subir por sus pies.
- No seas estúpida. La única que tiene que hacer algo aquí soy yo.
- ¡Pues hazlo! - y empezó a llorar la mujer mayor.
- Me voy a hacer gay y voy a dar al mundo lo que necesita: una buena dosis de purpurina y estilo. ¿Qué te parece? ¡Vaya, no puedo! ¡qué pena!
- No seas cruel.
- Voy a luchar por un mundo justo. Vaya, no, necesitaría que mi padre fuera rico para eso, algún pisito para heredar de mayor o algo así por lo menos, o un puesto de funcionaria ¿no te parece? - No dejaba de reírse. - ¡No! ¡Me voy a hacer puta y famosa!¡No! ¡Voy a ser periodista!
Se calló de repente.
- Tú ya tienes un trabajo, en la tienda.
- ¿Qué te parece si me dejas tranquila de vez por todas?¡Me das asco!
- Oh, Dios mío, hija mía, por Dios, no me hagas esto. Yo te quiero, yo te quiero, ¿no te basto yo?
- ¡Tú no sabes lo que es querer! ¡Tú no tienes ni idea de lo que es querer!

La mujer mayor se quedó en silencio y dejó de llorar. Se levantó lentamente y caminó hacia el otro lado, la parte interior del puerto, donde las aguas sucias, tranquilas, lamían las escaleras de piedra, cada peldaño más cerca del fondo, más oscuro, más lejano y silencioso.

- ¿Quieres que me tire?
- Por mí... ¡Sí! ¡Venga, tírate, valiente! ¡Arrójate por una vez en tu vida! ¡Salta! ¡Al centro de la tierra!
- Te quiero con toda mi alma, más que a mí misma.
- ¡Covarde! ¡Toda tu vida mintiéndote y mintiéndonos!

La mujer saltó como si saltara a un charquito. Se le levantó el pelo ralo de la cabeza cuando saltó. Cayó de pie, como un tronco, como Mary Poppins. La pelirroja sonrió como una niña pequeña, ilusionada, y se acercó corriendo al muro.
- ¡Mamá! ¡Mamá!
Cuando vió que la madre se mantenía a flote con la gabardina hinchada como un paracaídas volvió a empezar a reírse, llena de alegría pura y perfecta, de júbilo.
- ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Estás loca! ¡Estás como una cabra, mamá!
Fue riendo a la escalera y allí bajó unos peldaños para ayudar a subir a su madre, empapada, orgullosa y emocionada. Se abrazaron riendo y se besaron. La joven acariciaba la cabeza mojada de la madre, y decía:
- Pareces una gallina mojada.
Y la madre, riendo, decía:
- ¿Cómo vamos a volver así por en medio de la ciudad?
Y la joven, abrazándola, le dijo al oído:
- Gracias. Gracias, mamá. Gracias. Gracias.

3 comentarios

marcos -

preciosa moraleja.. de veras que es bonita.. un beso.

setesoles -

Gracias, pero a ti. Suerte que no eres supersticiosa. Era tan solo un toque de humor negro gallego.

Xavier -

esta historia ¿es tuya? esta muy bién, es entre tierna y cruel... me gusta. Por cierto, y no me preguntes porqué, pero este relato lo situo en un puerto gris de un pueblo que una vez estube, en Francia, por el norte, se llama Caen.
saludos y besotes