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en las blancas praderas

un sueño de amor

He tenido un sueño lésbico. Ella era tan inteligente y bella que me llenaba de orgullo que me amara en silencio y, en agradecimiento, yo la amaba. “Pero no puede ser”, le decía yo, dejándome mecer, “no es propio de mí”. Había casas magníficas en ruinas, y calles de tierra, tan inclinadas que parecían precipicios. “Tú no eres nada más que un pobre corazón palpitante, un pedazo de carne sangriento”, me susurraba. “Eres una ternera asustada, eres un pequeño animal marino terso y brillante que me llama, eres un polluelo con el cuello estirado, eres unas manos temblorosas que exploran los barrotes de la cuna, eres una boca abierta en busca de un seno, eres un anciano que se estremece al sol, eres un brote a punto de estallar. Eres un latido y eso es lo que amo de ti.”
“Necesito hablar y no puedo”, le decía yo.
“Eso le ocurre a todo el mundo, querida”, me decía ella con inmensa dulzura mientras acariciaba mis cejas. “No te preocupes, es sólo la lluvia que te inunda. No te preocupes.”
“Pero es que siento que tengo muchas cosas que decir, y mucha necesidad de hablar”, insistía yo, enroscando mi cuerpo al suyo, estremeciéndome.
“No te preocupes, amor. Cuando deje de llover hablarás. Entre tanto, descansa”, me decía ella, acercando sus labios a mis labios. Yo alejaba mi rostro para no nadar en su ojo, para salir de las estrellas, para poder verla, alejaba mis hombros y mis pechos, mis párpados pesados como un mar, y me volvía a acercar y la besaba, húmeda y ansiosa.
“Me estoy metamorfoseando”, decía yo. “No soy humana”.
Cerré los ojos en mi sueño y durante unos instantes creí que me iba a quedar allí para siempre, en sus brazos. Ella me acariciaba con ternura y habilidad mientras yo experimentaba cambio tras cambio como si fuera el planeta en su historia. Pensé que podría ser la muerte.
“Pero eres dorada”, dije.
“No soy la muerte. Sólo soy yo, y te amo.”
“Necesito estar más cerca de ti."
Entonces las lágrimas empezaron a manar de ella y yo sentí un dolor inmenso. Intenté consolarla, pero dijo que era inútil, que jamás nos uniríamos. Se alejó, digna, intensa, dulce, y yo sentí cómo me caía por un agujero caliente de amor y pena y me quedaba allí llorando por ella, que ya se había ido.

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