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en las blancas praderas

un pequeño ángel de hierro

Hoy en el banco, sentada, esperando ser atendida, fui testigo de algo que me conmocionó. A través de la cristalera vi cómo un ángel de hierro negro y húmedo se arrojaba al suelo a una velocidad de vértigo. Lo vi un instante contra la pared grisácea y llorosa, invertido, lleno de aristas, con un arco y una flecha apuntando frente a sí, hacia abajo. Entonces, rapidísimo, como una inhalación, entró en el pecho del vendedor de cupón, que voceaba la suerte con su voz de campana sucia y allí se desplegó, algo así como un anzuelo que se abre una vez ha penetrado la carne, y extendió sus alas en torno al pobre corazón. El pobre corazón se ahogaba. El vendedor de cupón, con su sonrisa desdentada transformada en tumba, se levantó y se llevó las manos al pecho como en una tragedia. Se desplomó lentamente, como rodeado de plumas, como acariciado, con los ojos ciegos vacíos de todo excepto pena, y poco a poco se fue yendo, se fue muriendo, se fue convirtiendo en sombra.
Sentí yo después, al salir, al pasar cerca del corro de personas que se formó en torno al cuerpo algo extraño, algo como susurros, o chillidos pequeños y raudos, algo que no sé describir porque nunca había sentido antes. Aceleré el paso, encogida sobre mí misma, mirando al suelo, aterrorizada.

2 comentarios

moi -

no, yo soy otra llovizna :)

Hechi -

Genial, extremecedor relato!!!
Eres tu la llovizna poeta de predi???
Besote al corazón