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en las blancas praderas

en las blancas praderas

sombras iii

la sombra del televisor apagado está hoy tensa
la habitación entera se comba hacia su esquina
el televisor no durará mucho ya

ocurre siempre así

Nada.
Prohibido improvisar. Prohibido hablar de mí. Prohibido no tomar aire antes de cantar.
No ocurre nada.

un pequeño ángel de hierro

Hoy en el banco, sentada, esperando ser atendida, fui testigo de algo que me conmocionó. A través de la cristalera vi cómo un ángel de hierro negro y húmedo se arrojaba al suelo a una velocidad de vértigo. Lo vi un instante contra la pared grisácea y llorosa, invertido, lleno de aristas, con un arco y una flecha apuntando frente a sí, hacia abajo. Entonces, rapidísimo, como una inhalación, entró en el pecho del vendedor de cupón, que voceaba la suerte con su voz de campana sucia y allí se desplegó, algo así como un anzuelo que se abre una vez ha penetrado la carne, y extendió sus alas en torno al pobre corazón. El pobre corazón se ahogaba. El vendedor de cupón, con su sonrisa desdentada transformada en tumba, se levantó y se llevó las manos al pecho como en una tragedia. Se desplomó lentamente, como rodeado de plumas, como acariciado, con los ojos ciegos vacíos de todo excepto pena, y poco a poco se fue yendo, se fue muriendo, se fue convirtiendo en sombra.
Sentí yo después, al salir, al pasar cerca del corro de personas que se formó en torno al cuerpo algo extraño, algo como susurros, o chillidos pequeños y raudos, algo que no sé describir porque nunca había sentido antes. Aceleré el paso, encogida sobre mí misma, mirando al suelo, aterrorizada.

In the garden of consciousness

Ahora, en este momento, como si me hubiera pasado la luz un dedo por las cejas, tengo pasión por escribir. In the garden of consciousness. Charity.
Arrojan azufre y aceite desde las almenas y nada ha sido nunca tan brillante bajo el sol.
Las praderas blancas son de plástico, una perfecta imitación de la hierba, con sus deliciosas imperfecciones, con las minúsculas guaridas, en blanco. Como el césped de un escaparate, pero blanco e infinito. Ahí habitan animalitos simpáticos que sonríen siempre. Ahí están los ángeles de porcelana.
¡Y Mmmmm! La puesta de sol es un huevo amenazante de blandura una yema de deseo eyaculante, un fin en sí misma, un adios dorado y dulce como la carne.
En las blancas praderas las niñas visten de blanco.
Como ella, con aquel anorak que tenía un aura en torno a la cabeza, que tenía ternura en cada poro de su piel aquella mañana. Hola. Hola.
Hola, amiga, querida.